Erase una vez... mi blog


Porque al escribir nacen a la vida sensaciones y sentimientos que la voz no puede siquiera imaginar.

30 oct 2010

Sant Jordi - Relato

Hubo un tiempo en que existieron los héroes. No los de los cuentos infantiles, sino los reales. Y existían porque había ideales que mantener, que defender, por los que luchar y, si llegaba el caso, morir. Y entonces pasaban a convertirse en leyendas.

Hubo un tiempo en que existieron los dragones. No los de los cuentos infantiles, sino los reales. Y existían porque había quienes creían en ellos, y temían con ellos. Y necesitaban a los héroes, para defenderles de tales seres.

Si, hubo un tiempo para todos ellos. Pero ese tiempo estaba acabando, y ya los héroes habían quedado reducidos a tan sólo uno de ellos. Y también los dragones, antaño amos de los aires y las grutas, se veían reflejados en un único ejemplar.

Y aquí comienza nuestra historia, una historia donde el último héroe y el último de los dragones se van a enfrentar a muerte. Sin saber el héroe que la muerte del dragón es la suya propia, pues ya nadie le precisará. Sin saber el dragón que la muerte del héroe es la suya misma, pues ya nadie podrá competir con él.

Y llega la mañana del último día. Para uno de ellos será el fin. Para el otro, aunque él no lo sepa, también. Se encuentran en un claro del bosque, allí donde no alcanzan a escuchar sino el sonido de su propia respiración, ajenos a todo lo que no sea la presencia de su enemigo. Y comienza la lucha.

Es una lucha que parece no tener fin. Las fuerzas de ambos contrincantes son enormes, fruto de años de adiestramiento. Y sus ganas de vencer al otro se encuentran incrustadas en lo más profundo de sus seres, de sus conciencias.

Luchan desde el amanecer hasta el ocaso, ajenos a todo lo que no sean los movimientos de su enemigo. No piensa el héroe en la princesa que le espera en el castillo, porque su ilusión no está en volver a verla, sino en ser el vencedor del último de los dragones. Y el dragón no piensa en sus congéneres abatidos por otros héroes, tan solo en el próximo movimiento.

Las estrellas sugen en el cielo para ver la cruenta batalla. Pero no tienen alma, y por ello son incapaces de sufrir con el espectáculo. Al final, con la llegada de un nuevo amanecer, el caballero alcanza con un último y certero estoque el corazón del dragón. Pero al mismo tiempo éste, viendo un minúsculo espacio libre de protección en la armadura del héroe, le atraviesa con uno de sus envenenados espolones.

Caen al suelo heridos de muerte ambos, bestia y hombre. Por un momento se miran cada uno en los ojos de su contrario, tan solo para verse reflejados y comprender, con un estremecimiento final, que ambos son uno. Que no podían haber existido uno sin el otro y que, por ese mismo motivo, deben finalizar juntos su existencia.

Al atardecer una pareja de pastorcillos que pasaba por el calvero encontró, unidos en un último abrazo, los cuerpos de ambos enemigos. Una lágrima cayó por sus mejillas, entristecidos por el final de la historia que había acontecido sin ellos saberlo. Y también sin saber por qué, llevados por un impulso, depositaron en cada uno de los pechos un pequeño beso. Adiós al héroe. Adiós al mito. Unidos de la mano siguieron su camino al pueblo, sabiendo que ya nada sería como antes. Porque ya no tenían nadie para defenderles. Porque ya no tenían nadie a quien temer.